Intervención con personas sordociegas congénitas.
El proceso educativo
La educación, entendida como proceso de construcción de
aprendizajes significativos, constituye el propósito principal de la
intervención con las personas que padecen sordoceguera congénita. Para que este
proceso tenga lugar, precisa de personas que medien entre la persona con
sordoceguera (niño o adulto) y el ambiente, actuando como modelo, orientándola
y motivándola para que tome un papel activo en su aprendizaje.
El gran problema de las personas con sordoceguera congénita
es su dificultad para conocer lo que hay o pasa a su alrededor, interesarse por
ello, aprender a mostrar su interés de forma que pueda ser entendido por los
demás y comprender lo que los otros le dicen para aprender nuevas cosas. Se
podría decir que su dificultad para acceder a estímulos distales y para ser
interpretado y comprendido por otros debilita de manera extrema su interés por
la interacción, que es el soporte de la adquisición de conocimiento y de la
comunicación. La intervención debe ofrecer, por tanto, un camino, una
respuesta, a esa dificultad, proponiendo una forma de acceder a la cultura de
la sociedad en la que vive.
La cognición es una condición necesaria para ser eficaz y
poder adaptarse al medio, y se relaciona directamente e interdepende del
desarrollo comunicativo y lingüístico, según se ha expresado en el apartado
anterior de este capítulo.
El objetivo principal de la intervención con personas con
sordoceguera congénita es proporcionarles educación, lo que equivale a
desarrollar, tanto como sea posible, su potencial individual, para hacerles
útiles a sí mismas, a su familia y a la sociedad en la que viven, sin olvidar
que el hilo conductor de todo programa debe ser el desarrollo de la
comunicación y la adquisición de un lenguaje.
Este objetivo implica la búsqueda de un desarrollo cognitivo,
comunicativo y lingüístico acorde con las características personales, a través
del contacto con la realidad cultural en la que se desenvuelven. En este
sentido, se podría concretar en:
·
Procurar conocimiento del mundo: las cosas, las
personas, los animales, las plantas, el ambiente, las acciones…, poniendo al
alcance del sistema perceptivo de la persona sordociega todo cuanto hay o
acontece a su alrededor.
Ofrecer situaciones de interacción
interesantes que, apoyadas en el contexto en que se producen, faciliten la
negociación de significados y sostengan la adquisición de aprendizajes.
·
Motivar el proceso de desarrollo de la
comunicación, ofreciendo respuestas coherentes a cada acción que pueda ser
interpretada como una expresión, independientemente de que lo sea o no.
Favorecer la adquisición del
lenguaje y su desarrollo ofreciendo un modelo lingüístico que, ajustado al
sistema perceptivo de la persona sordociega, pueda ser imitado por esta y le
permita comunicarse en la sociedad en la que se desenvuelve.
Conocimiento del mundo
El ser humano tiene básicamente dos modalidades de
interaccionar y conocer su medio que afectan a su desarrollo. Una modalidad
consiste en la exposición directa a los estímulos ambientales; la otra resulta
de situaciones de interacción con los demás en experiencias compartidas.
Si una de las dos
personas que interaccionan tiene mayor competencia cognitiva, comunicativa y
lingüística, y guía la interacción con el objetivo de construir aprendizaje, se
dice que esa experiencia de aprendizaje ha sido mediada.
Las personas que
nacen sordociegas tienen pocas oportunidades de conocer su medio desde la
exposición directa a los estímulos ambientales, por su dificultad para
experimentar con el mundo que está más allá del alcance de sus manos. Les
cuesta discriminar entre ellos mismos y el ambiente que les rodea, no son
capaces de formar ideas sobre las cosas cotidianas y viven en un mundo
inconsistente, porque no saben lo que va a suceder o los cambios que se están
produciendo a su alrededor.
Necesitarán, por
tanto, conocer el mundo a través de experiencias compartidas de aprendizaje
mediado.
Estas experiencias deben estar especialmente bien
planificadas para que de verdad ayuden a la persona con sordoceguera a
construir aprendizajes, y han de tener en cuenta las consideraciones
siguientes:
·
Que exista una buena relación personal de
confianza entre el mediador y la persona con sordoceguera.
·
Que la experiencia esté estructurada de forma
que ofrezca seguridad, mantenga un ritmo y provoque reciprocidad, implicando
activamente a la persona con sordoceguera, además de tener un comienzo y un
final claros.
·
Que tenga significado, es decir, que atraiga el
interés y la atención de la persona con sordoceguera y establezca pequeños
retos que mantengan su atención y le animen a la interacción.
·
Que tenga un objetivo concreto y se realice en
un contexto que facilite la negociación de significados.
·
Que sea motivante y considere las
características y el interés de la persona con sordoceguera.
La interacción
No es fácil, para quienes comparten el momento o la
experiencia con las personas que padecen sordoceguera, adaptar su
comportamiento interactivo al de estas. Esto sucede, esencialmente, porque es
difícil identificar y reaccionar a los comportamientos que presenta la persona
con sordoceguera como si fueran funcionales y significativos, en el contexto de
la interacción en que se producen, ya que es difícil reconocerlos como tales
por lo diferentes que son de los habituales.
La inadaptación de los interlocutores a las acciones de las
personas con sordoceguera reduce enseguida la calidad de las interacciones y
conduce a efectos no deseados, y con frecuencia negativos, respecto a lo que la
persona aprende de esa interacción.
Es fundamental, por tanto, que el interlocutor cuide la
calidad de la interacción, adaptando su propia conducta interactiva y
comunicativa a los comportamientos de la persona con sordoceguera en cada
momento, de manera que esta sienta que está siendo atendida y, si es posible, entendida.
Una forma de hacer esto es imitar lo que la persona hace,
con el objeto de que note que su comportamiento y las modificaciones que de
este hace afectan sistemáticamente a los comportamientos de su interlocutor.
Puede que consigamos que al sentirse imitada repita el esquema y, a la vez,
imite, abriendo así un camino en la toma de turnos similar al conversacional:
ser imitado—imitar—ser imitado (escuchar—responder—escuchar). Esta forma de
actuar indica que ha percibido, aunque sea de modo indiferenciado, algún
significado en la acción de su interlocutor, e introduce una sincronía en la
interacción que debe ser mantenida, tratando de conservar una armonía similar a
la conversacional.
La regulación de la interacción por parte de ambos
interlocutores (tú haces—yo hago, yo hago—tú haces) es un prerrequisito para el
desarrollo de una relación deseada y de confianza, que facilita el contacto con
el mundo que está alrededor y optimiza los procesos de aprendizaje.
Conseguir que la persona con sordoceguera participe en la
interacción constituye el objetivo principal del primer nivel de intervención.
La Comunicación
Se puede pensar que hay comunicación cuando una persona
ofrece una respuesta específica a cierto comportamiento de otras personas, o
cuando el comportamiento de esa persona parece implicar cierta intencionalidad
y anticipar determinadas respuestas, o cuando se da una cierta reciprocidad en
los comportamientos entre dos personas y, con ello, el comienzo de un diálogo.
El niño sin discapacidad comienza a hablar porque pretende
comunicar algo a los que le rodean, y lo hace verbalmente porque es la forma en
que se han dirigido a él. Es decir, que el lenguaje verbal en el niño comienza
como una forma de comunicación con un entorno esencialmente verbal al que imita
para hacerse entender.
La persona con sordoceguera congénita, una vez ha
descubierto las cosas y personas que hay a su alrededor, estas han despertado
su interés, y se ha dado cuenta, a través de la interacción, de que puede ser
escuchada y obtener respuestas, en general, deseadas, intentará comunicarse,
pero solo iniciará la comunicación en la medida en que se sienta aceptada y
confíe en que su mensaje será atendido.
Primero lo hará, de acuerdo a la huella que la percepción
del estímulo que le ha interesado ha dejado en ella, expresando corporalmente
aquello que sintió donde lo sintió, esperando ser entendida y que el
acontecimiento se repita. Este momento corresponde más a una interacción
comunicativa que a una verdadera comunicación.
Pensemos en un ejemplo:
Supongamos que jugamos con un niño sordociego sobre una de
esas grandes pelotas de psicomotricidad. Colocamos al niño boca abajo sobre
ella como si quisiéramos que la abrazara y la rodamos suavemente hacia delante
y hacia atrás sujetando al niño, cada vez con un poco más de impulso, tratando
de que experimente la sensación de caída para observar sus reacciones, sus
reflejos, pero cuidando de que la situación sea lúdica y le permita disfrutar.
Después de un rato, damos por finalizada esta actividad, le decimos al niño que
ha terminado, guardamos la pelota y le proponemos una nueva actividad también
lúdica. El niño se tira al suelo y se frota con fuerza con ambas manos el
vientre de arriba abajo, y cada vez que le acercamos el referente de la nueva actividad
(una colchoneta) la rechaza apartándola, al tiempo que trata de golpearse.
De acuerdo a nuestra cultura visual-auditiva interpretamos
el signo «frotarse el vientre» como «me duele la tripa» o «tengo hambre», y
ofrecemos al niño una respuesta acorde a esta interpretación (tratar de llevar
al niño al comedor o a la clínica) que rechaza bruscamente.
Si observamos detenidamente lo que el niño hace veremos que,
además de frotarse el vientre tirado en el suelo, extiende su pierna hacia un
lado moviéndola como si tratase de llegar a tocar algo con su pie, y en ese
intento arrastra su espalda por el suelo hacia el armario en el que hemos
guardado la pelota. El contexto y la experiencia compartida nos permite ahora
interpretar esta acción. Lo que está diciendo es «quiero la pelota» o «quiero
seguir jugando con la pelota» de la única forma que, de acuerdo a su
percepción, tiene sentido, tocándose allí donde sintió de forma más
significativa la experiencia, y lo hace tratando de imitar la sensación de roce
que la pelota producía en su vientre, frotándose con las manos.
Hemos conseguido entender lo que nos quería decir y volvemos
a colocarle en la pelota. El niño sentirá que ha sido entendido y, tras nuevas
comprobaciones en las que al frotarse el vientre consiga que jueguen con él en
la pelota, el signo «frotarse el vientre» habrá adquirido un significado que es
compartido por nosotros y el niño, de forma que cuando lo utilice entenderemos
que quiere jugar de esa forma con la pelota y es posible que, a través del uso,
lo generalice para pedir pelota, aunque ya no sea para jugar con ella de la
misma forma.
Ofrecer una respuesta adecuada a estas acciones
comunicativas incipientes es fundamental para que la comunicación se inicie y
desarrolle, pero este desarrollo de la comunicación quedará detenido y se
reducirá a una forma elemental de comunicación, apoyada en unos pocos signos,
si no encontramos la manera de introducir un modo comunicativo más elaborado,
un lenguaje, que aporte información relevante sobre todo lo que despierte
interés y que pueda ser captado, comprendido e imitado con intención
comunicativa propia por la persona con sordoceguera, permitiéndole actuar como
interlocutor activo en el diálogo conversacional.
Esta reflexión nos lleva a plantearnos la cuestión más
importante y a la vez más difícil a la que debe dar respuesta la intervención:
¿es posible, para las personas con sordoceguera congénita, desarrollar
lenguaje, es decir, comunicarse a nivel lingüístico?
La hipótesis con la que se viene trabajando ofrece una
respuesta afirmativa a esta cuestión, aunque dependiente de algunas variables
de las que se pueden destacar como principales:
·
El momento de inicio de la intervención,
·
La cantidad de interacciones interesantes que se
puedan proporcionar: no se puede olvidar el número casi infinito de
interacciones a las que accede el niño sin discapacidad de manera natural antes
de desarrollar lenguaje;
·
La calidad de estas interacciones, según el
mayor o menor ajuste y competencia de los mediadores, y
·
Las características individuales de la persona
con sordoceguera: la existencia o no de déficit asociados y la cualidad de
estos precisan especial consideración.
El segundo nivel de intervención debe tener como propósito
el desarrollo de la comunicación y, por tanto, compartir significados.
Las personas con sordoceguera no congénita
Nos referiremos en este apartado a las personas que no
nacieron con sordoceguera pero que, por una u otra causa, comienzan a padecerla
en un momento de sus vidas, es decir: a las personas que nacieron sordas o con
una deficiencia auditiva y a lo largo de su vida quedan ciegas o padecen una
deficiencia visual en grado tal que pasan a ser consideradas sordociegas; a las
personas ciegas o con una deficiencia visual de nacimiento que, al quedar
sordas o empezar a padecer una deficiencia auditiva, sienten afectada su
comunicación y, por tanto, su vida independiente; y, por último, a las personas
que no tenían pérdida visual ni auditiva alguna y en un momento de su vida
empiezan a padecerlas de forma tal que deben ser consideradas como personas con
sordoceguera por la afectación que sufre su comunicación y todos los aspectos
que de ella se derivan.
Son personas que han tenido la oportunidad de desarrollar
lenguaje, si no hay otras deficiencias añadidas, y que han tenido experiencias
visuales, auditivas o de ambos tipos, lo que, en el primer momento, hace que la
intervención se centre en la aceptación de su nueva situación y la búsqueda de
alternativas comunicativas.
La idea de educación tiene, por tanto, un sentido singular
cuando nos referimos a este grupo de personas. Significa capacitar para una
vida que la sordoceguera transforma en diferente. Implica aceptación,
adaptación a las nuevas circunstancias, aprendizaje de otra forma de sentir, percibir
y comunicarse, y el desarrollo de distintas habilidades y estrategias.
Los programas de atención deben tener como objetivo general
mantener y desarrollar la capacidad de la persona para tomar decisiones y
organizar y dirigir su propia vida, proponiéndole una forma de comunicación
acorde con sus características personales, lo que supone:
·
Proporcionar apoyo psicológico que ayude a la
aceptación de la nueva situación personal que se produce.
·
Enseñar otras formas alternativas de
comunicación compatibles y ajustadas a las nuevas circunstancias.
·
Facilitar el acceso a la información y a la
comunicación a distancia mediante el uso de las ayudas tecnológicas y
tiflotécnicas necesarias.
·
Desarrollar nuevas estrategias de relación
ofreciéndole modelos que le permitan ajustar sus habilidades sociales.
·
Despertar intereses a los que la persona pueda
dedicar su tiempo y energía.
·
Favorecer la participación de la persona en la
sociedad en la que se desenvuelve.
·
Entrenar y desarrollar habilidades para una
movilidad y vida independientes, incluyendo el uso de las ayudas técnicas
adecuadas.
·
Apoyar su integración escolar o laboral.
·
Facilitar que se sientan miembros de un grupo a
través del contacto con otras personas que padecen sordoceguera de sus mismas o
similares características.
·
Preparar a la familia y a las personas de mayor
contacto para que permitan y apoyen que se pueda desenvolver de acuerdo con su
propio nivel de independencia.
La intervención con este grupo parte de la idea de que la
persona tiene algún conocimiento de la realidad a través de la experiencia
acumulada, y una forma de comunicación que, en general, si no hay deficiencias
añadidas, alcanza el nivel de lengua, ya sea oral o signada. Este hecho
diferencia por completo el propósito de la intervención en las primeras etapas
del desarrollo de las personas con sordoceguera congénita, porque no hay que
desarrollar comunicación, sino ofrecer una forma alternativa a la ya existente.
Asimismo, esta circunstancia matiza la acción en las siguientes intervenciones,
porque la persona ha tenido la oportunidad de conocer el funcionamiento del
universo que la rodea y le es más fácil relacionar el «porqué» de lo que le
proponemos.
Las personas que tienen la responsabilidad de llevar a cabo
la intervención deben necesariamente conocer diferentes sistemas alternativos
de comunicación y, en especial, la lengua de signos, dado que el porcentaje
mayor de personas que se enmarcan en este grupo son las personas que padecen
síndrome de Usher de tipo I, que, como se sabe, utilizan mayoritariamente esta
lengua como sistema habitual de comunicación.
Quienes realizan la intervención pueden tener el papel de
compañeros que median entre la persona sordociega y el entorno, directamente
desde la responsabilidad profesional que tienen o que el programa les asigna, o
actuar desde el papel que les caracteriza como profesionales a través de un
intérprete.
Es importante considerar este elemento diferenciador de la
intervención en relación con las personas que nacen sordociegas porque, al contrario
que con estas, según las características de la persona con sordoceguera no
congénita con quien se intervenga y del propio carácter de la intervención,
esta se puede realizar a través de un intérprete desde el principio y no
necesariamente a través de un mediador.
Los programas deben ajustarse, como un guante a la mano, a
las necesidades de cada persona en concreto, lo que implica, como primer paso,
una valoración multidimensional, de la que sería responsable un equipo
interdisciplinar: trabajador social, psicólogo, logopeda o especialista en
comunicación, un profesor, un técnico en rehabilitación y, según los casos, un
técnico en las nuevas tecnologías y adaptaciones que permitan su uso.
Esta consideración no es distinta para las personas con
sordoceguera congénita, pero significa, en este caso, que el grupo es más
grande y, por tanto, más heterogéneo, mayor diversidad en los aspectos que
deben ser contemplados y, consecuentemente, mayor dificultad para establecer
niveles u objetivos que puedan considerarse válidos de forma general.
No obstante, se pueden definir las áreas principales que
deben ser consideradas a la hora de desarrollar un programa y el conjunto de
objetivos a los que atender en cada una de ellas. Son las siguientes:
1.
Capacidades perceptivas
Considera objetivos dirigidos a la estimulación de los
restos visuales y auditivos existentes y también los relacionados con el tacto,
el uso de las ayudas técnicas pertinentes y el entrenamiento de la
propiocepción.
2.
Comunicación
Incluye objetivos dirigidos: al mantenimiento del lenguaje
oral si existiese, al aprendizaje de sistemas alternativos al lenguaje oral
(dactilológico, mayúsculas en palma, lengua de signos, etc.), a la adaptación
táctil de la lengua de signos y al desarrollo de las estrategias comunicativas
deseables para que la persona con sordoceguera pueda mantener un nivel de
relación equivalente al que tenía antes de que le sobreviniera la sordoceguera.
3.
Desarrollo personal y ajuste a la discapacidad
Contempla tanto el apoyo psicológico de la persona con
sordoceguera para la adaptación a su nueva situación, como la orientación
familiar. Incluye objetivos que persiguen el desarrollo personal y de
habilidades que favorezcan la integración familiar, laboral o escolar y, en
conjunto, social.
4.
Vida independiente
Plantea objetivos que lleven a la persona con sordoceguera a
desplazarse de manera autónoma, a realizar las actividades de la vida diaria y
a atender su cuidado personal sin ayuda o con la menor ayuda posible.
5.
Acceso al entorno
Tiene en cuenta
objetivos que pretenden que la persona con sordoceguera conozca los recursos
del entorno y aprenda cómo acceder a ellos y cómo aprovecharlos, desde y en
beneficio de su nueva circunstancia, así como el desarrollo de estrategias para
resolver los problemas que se le puedan plantear.
6.
Educación adaptativa
Propone objetivos que se centren en aprendizajes necesarios
en la nueva situación de discapacidad, por ejemplo, el aprendizaje: del sistema
braille para quien queda ciego o ya no puede leer en tinta; del lenguaje para
mejorar el uso de estructuras gramaticales y, por tanto, la comprensión y
expresión escritas; de nuevas tecnologías e instrumentos tiflotécnicos para
facilitar el acceso a la información y a la comunicación a distancia.
En esta área se incluirían también los objetivos que se
relacionen con la adquisición de técnicas de estudio que sean relevantes para
la persona por el hecho de padecer sordoceguera, y de cualquier aspecto que
proporcione conocimiento para paliar la dificultad de estudiar cuando se tiene
sordoceguera.
7.
Ocio y tiempo libre
Plantea objetivos que buscan el desarrollo de intereses y
habilidades que posibiliten que la persona con sordoceguera disfrute de su ocio
y ocupe su tiempo libre.
8.
Apoyo social
Facilita orientación y apoyo para acceder a los recursos
sociales (económicos, adaptativos, etc.), tanto locales, como autonómicos o
estatales, que puedan ofrecer un soporte específico o ajustado a las
necesidades que la sordoceguera pueda generar.
Profundizar en el desarrollo de cada una de estas áreas en
los distintos programas excede por completo del contenido de este apartado, más
aún si consideramos que de alguna manera se describen, desde diferentes
perspectivas, en los distintos capítulos de este manual. No obstante, la
exposición breve de la dinámica general de funcionamiento puede ayudar a la
comprensión de la importancia de que sean incluidas o no en un programa.
La persona sordociega será valorada por el equipo
multidisciplinar adecuado al caso, y este, tras el estudio de las áreas en las
que la persona necesita intervención, propondrá un plan individualizado de
atención señalando los profesionales que en él van a intervenir, incluyendo la
figura del mediador o del intérprete si fueran necesarios. Los profesionales y
las áreas de intervención, por tanto, deben acomodarse a cada persona en
concreto, y la forma de hacerlo tiene que atender a las particularidades de
cada caso.
En general, cada programa comienza ofreciendo apoyo
psicológico que facilite el ajuste a la nueva situación, con el objeto de
procurar a la persona con sordoceguera un soporte que favorezca el que pueda
asumir los nuevos retos que la situación le supone. A la vez, el conocimiento
de la persona en cuanto a personalidad, madurez y equilibrio, y de sus
circunstancias familiares y sociales, permite al psicólogo orientar, desde su
perspectiva, a los otros profesionales que intervienen, para que el programa se
ajuste realmente a las posibilidades y características personales, tratando de
evitar fracasos y frustraciones desmotivantes.
La evaluación interdisciplinar determina las áreas en las
que se debe intervenir y la selección de objetivos, y la filosofía y la
metodología de intervención, unidas a la experiencia de los profesionales,
establecen la secuencia en que deben ser consideradas unas e incluidos los
otros. El aprendizaje de una nueva forma de comunicación o la adaptación de la
ya existente deben figurar, como es obvio, en todos y cada uno de los programas
y, para un grupo muy numeroso, también debe hacerlo el aprendizaje del sistema
braille como nuevo código lectoescritor.
Merece la pena señalar la importancia que tiene la inclusión
del aprendizaje del braille para quienes han perdido o están perdiendo la
visión y, en general, los programas de lectoescritura y lengua en el programa
general de intervención, puesto que la lectura es el instrumento esencial para
acceder a la información, y la lectoescritura el único medio para comunicarse a
distancia, mediante el ordenador y con las ayudas tiflotécnicas necesarias, que
tienen las personas sordociegas que carecen de resto auditivo funcional o resto
visual que les permita el intercambio de imágenes mediante estas mismas
herramientas (lengua de signos).
La rehabilitación para mantener una vida independiente, es
decir, la inclusión de objetivos relacionados con la orientación y la movilidad
y con el ajuste de las habilidades (para el auto-cuidado y la realización de
las tareas del hogar) a la nueva circunstancia, son aspectos que debe
contemplar igualmente todo plan de intervención.
La intervención con personas que padecen sordoceguera
requiere de personas que ven y oyen con normalidad y que son capaces de
comunicarse con la persona sordociega adaptándose a sus características
personales. Hemos visto también que estas personas deben actuar como
intermediarios entre la persona con sordoceguera y el mundo, bien, como en el
caso de las personas con sordoceguera congénita, tratando de que lo conozca y
pueda hacerse una idea global tanto de qué y quiénes hay en él, como de las
relaciones que se establecen y los acontecimientos que se producen, buscando el
que se comunique y desarrolle un lenguaje; bien interpretando ese mundo y lo
que en él sucede, para que pueda comprenderlo desde su nueva situación perceptiva
cuando se trata de personas que no nacieron sordociegas, adaptando en este caso
su sistema de comunicación o introduciendo uno nuevo si fuera necesario. Vamos
ahora a profundizar en cuál es el papel de estos intermediarios.
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